EFEMÉRIDES: 24 DE OCTUBRE NACE ALEXANDRA DAVID-NEEL.
LA PRIMERA MUJER OCCIDENTAL EN EL TÍBET.
La historia está llena de viajeras famosas. Pero tal vez una de las más intrépidas sea Alexandra David-Néel. Su gran logro fue convertirse en la primera mujer occidental que accedió a la ciudad de Lhasa, la capital del Tíbet, un lugar que a principios del siglo XX estaba prohibido a los extranjeros.
FEMINISTA Y VIAJERA
Louise Eugénie Alexandrine Marie David nació en la población francesa de Saint-Mandé el 24 de octubre de 1868. Era la heredera de una gran fortuna y parecía que estaba destinada a seguir los pasos de la mayoría de jóvenes europeas de buena familia de las últimas décadas del siglo XIX: casarse, tener hijos y quizás escribir o pintar, nada por lo que pudiera ser recordada en el futuro. Pero Alexandra tenía otras intenciones. Su infancia se vio influida por las diferentes mentalidades de sus padres: él, un masón que dirigía una publicación republicana; ella, una católica conservadora belga. Alexandra, que era hija única, recibió de su madre una firme formación religiosa; en cambio, su padre le proporcionó una educación revolucionaria, tanto que incluso en 1871 la llevó a ver el fusilamiento de los últimos reos de La Comuna de París para que nunca olvidara lo que era la vida real.
Alexandra, que era hija única, recibió de su madre una firme formación religiosa; en cambio, su padre le proporcionó una educación revolucionaria, tanto que incluso en 1871 la llevó a ver el fusilamiento de los últimos reos de La Comuna.
A los 15 años, Alexandra intentó embarcarse sola rumbo a Gran Bretaña, pero su familia, horrorizada, se lo impidió; y es que a finales del siglo XIX las mujeres "decentes", y ya no digamos las jóvenes, debían viajar acompañadas. Pero Alexandra acabó saliéndose con la suya. La joven viajó por la India y Túnez antes de cumplir los 25 años, y visitó España montada en bicicleta. Por aquel entonces estuvo muy de moda la Sociedad Teosófica dirigida por la famosa Madame Blavatsky, dedicada al espiritismo, al ocultismo oriental y al estudio de las religiones comparadas, de la cual Alexandra se hizo miembro. Fue seguidora del geógrafo y anarquista francés Elisée Reclus, el cual amplió las ideas anarquistas que ya le había inculcando su padre, a las que añadió además un ideario feminista. Alexandra le dedicó su primer libro, un ensayo titulado Pour la vie (Elogio a la vida,) que escribió en 1898. Al año siguiente, Alexandra escribió un tratado sobre el anarquismo, y el propio Reclus fue el autor del prólogo. Ante el rechazo de los editores (y aunque la obra sería traducida a cinco idiomas), el libro fue publicado por un amigo.
Convencida de que nunca sería respetada como escritora, conferenciante o incluso como cantante si continuaba soltera, el 4 de agosto de 1904 Alexandra se casó en Túnez con Philippe Néel, ingeniero jefe de los ferrocarriles tunecinos. Aunque su vida conyugal fue a veces tempestuosa, siempre estuvo impregnada de un respeto mutuo. A pesar de vivir en el norte de África, un lugar que le fascinaba, y de hacer continuos viajes en barco y ferrocarril, Alexandra se dio cuenta de que la vida de casada no era para ella. Nunca se consideró una mujer "felizmente casada". A pesar de que tenía libertad para viajar en solitario, para escribir libros y para impartir conferencias, Alexandra se sentía angustiada, padecía continuas jaquecas y crisis nerviosas.
Finalmente, el matrimonio se rompió el 9 de agosto de 1911, cuando Alexandra decidió emprender su segundo viaje a la India. Este hecho, unido a que ella no deseaba tener hijos, acabaría precipitando la ruptura. Durante su periplo, Alexandra visitó Egipto, Ceilán, India, Sikkim, Nepal y Tíbet. A pesar de que ella dijo que estaría de vuelta en 18 meses, la realidad es que Alexandra estuvo fuera ¡14 años! En todo aquel tiempo, y aunque su matrimonio se había terminado, la pareja mantuvo una fluida correspondencia hasta la muerte de él en 1941. Por desgracia, la mayoría de estas cartas se perdieron durante la Guerra Civil China. Durante la travesía hacia Egipto, Alexandra escribiría a Philippe: "He emprendido el camino adecuado, ya no tengo tiempo para la neurastenia".
Cerca de Madrás, en el sur de la India, Alexandra se enteró de que el decimotercer Dalái Lama había tenido que huir del país, por aquel entonces sublevado contra China, y que residía en el Himalaya. A partir de aquel momento se marcó como objetivo encontrarse con él, algo que conseguiría en 1912. Alexandra continuó viaje hasta Nepal, donde llegó en 1912. Una vez allí, el marajá le regaló unos elefantes para que pudiera recorrer cómodamente el país. De esa forma llegó hasta Sikkim, un pequeño reino en los Himalayas, donde conoció a un joven tibetano llamado Aphur Yongden. Primero lo contrató como criado, luego fue su discípulo y, tras finalizar su aventura por el Tíbet, se convirtió en su hijo adoptivo. Ambos comenzaron a viajar por las cumbres con la intención de llegar hasta la ciudad soñada, Lhasa, por aquel entonces bajo el mandato de funcionarios británicos, un lugar cerrado e inaccesible a los extranjeros. Alexandra y Yongden se dirigieron a Japón, Corea, Pekín y regresaron al Tíbet. De nuevo en el país, Alexandra vivió dos años y medio en el monasterio budista de Kumbum, donde fue nombrada lama. "Viví en una caverna a 4.000 metros de altitud, medité, conocí la verdadera naturaleza de los elementos y me hice yogui. Cómo había cambiado mi vida, ahora mi casa era de piedra, no poseía nada y vivía de la caridad de los otros monjes". Allí recibiría el nombre de Lámpara de Sabiduría.
Pero la prohibida Lhasa seguía siendo el objetivo final de Alexandra. La exploradora intentaba llegar una y otra vez, pero siempre acababa siendo arrestada y devuelta a la India. Al final, para poder acceder a la ciudad, Alexandra trazó un plan. Ella y Yongden se hicieron con una pequeña pistola, unas monedas de plata y algo de comida. Se disfrazaron de mendigos y empezaron a peregrinar. "Les dijimos a todos que íbamos en busca de hierbas medicinales. Yongden se hizo pasar por hijo mío. Me teñí la piel con ceniza de cacao, usé pelo de yak que teñí con tinta china negra, como si fuera la viuda de un lama brujo. Decidimos viajar de noche y descansar de día. Viajar como fantasmas, invisibles a los ojos de los demás. Alguna vez tuvimos que hervir agua y echar un trozo de cuero de nuestras botas para alimentarnos", relata la exploradora en Viaje a Lhasa. Cuando por fin llegaron a las puertas de la ciudad, una tormenta de arena les ayudó a pasar inadvertidos. A pesar de la dureza del viaje (estaban esqueléticos, demacrados y vestidos con harapos), al final lo habían conseguido. Tras cuatro meses y dos mil kilómetros a pie por el Himalaya, Alexandra logró su objetivo. Era el año 1924, y Alexandra David-Néel se había convertido en la primera mujer occidental en entrar en la capital del Tíbet.
Me teñí la piel con ceniza de cacao, usé pelo de yak que teñí con tinta china negra, como si fuera la viuda de un lama brujo. Decidimos viajar de noche y descansar de día, narra la exploradora en Viaje a Lhasa.
El "paseo" al que se había referido Alexandra en una carta dirigida a Philippe Néel, fue en realidad una auténtica odisea. Alexandra volvió a Europa convertida en una heroína. Fue portada del Times que la definió como "la mujer sobre el techo del mundo". También recibió numerosas condecoraciones y premios: la Medalla de honor de la Sociedad Geográfica de París y la Legión de Honor. Establecida de nuevo en Francia, Alexandra compró un terreno en Digne-les-Bains, una pequeña localidad al pie de los Alpes franceses, donde construyó su casa, a la que bautizó como Samten Dzong (fortaleza de meditación). Este lugar sería desde entonces su refugio. Allí escribió más de treinta libros sobre sus aventuras, dio charlas, recibió a personalidades y siguió leyendo textos budistas. Hoy, la casa puede visitarse y se ha construido un museo junto a ella. A los 67 años de edad, Alexandra se sacó el carné de conducir y viajó en el Transiberiano hasta China, país que recorrió durante diez años. Al cumplir los 100 renovó el pasaporte. "Por si acaso", aseguró. Esta viajera incansable murió a punto de cumplir los 101 años en Samten Dzong, y sus cenizas fueron esparcidas junto a las de su querido Yongden, fallecido 14 años antes, en el río Ganges.
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